Capítulo IV

SALIR, ESCAPARME de mi mismo, cerrarme la puerta detrás mío, con un golpe que llega hasta oídos de vagos y perros esqueléticos –ambos-, oídos equivocados, perdidos, como yo en ese preciso momento, en ese instante en que me necesito más que nunca, pero prefiero dejarme tirado en el suelo de mi habitación, borracho de soledad, agrio de llanto, macerado de silencio. Salir y encontrarme en la calle con más almas solas como la mía; el viejo barbón que solo parece mirar a mujeres con faldas, que también parecen padecer el mismo mal de soledad, el mismo que me da unas monedas como cambio por un diario pasado, porque, dice, un alma sola no necesita averiguar nada más que el porqué de su soledad, y quizá este escrita allí; una mujer sin formas en la cola de la librería que habla de lo fabuloso que sería volver a viajar a Santiago y vivir allí donde nació su hija, donde también la enterró; La mirada de una niña en la heladería, que parece adivinar mi necesitad de compañía y se acerca y me mira más profundamente y me dice, todas las almas nacen solas, pero no todas están predestinadas a caminar solas en el mundo, la tuya, mirada perdida, es un alma que aún no descubre el camino para llegar hacia su alma compañera, así que solo regresa y recoge los trozos de tu cuerpo que están esparcidos por la vieja alfombra de tu cuarto, pégalos con las palabras más sabias que se te ocurran y póntelo, abre la ventana hacia la calle y llama a gritos a tu otro espectro.

            Pero no hago caso, soy solo un espectro nada más. Camino en busca de otros como yo a ver si dentro de tanta soledad y silencio nos hacemos compañía, a ver si valió la pena tanto llanto o tanto trago o tanta caída. Camino bajo esa lluvia intensa, sobre esos charcos sucios, llenos de basura de otros, llenos de espejismos, de tiernas sirenas sucias que cantan canciones de amor para quien las oiga y descifre y baje y se hunda con ellas en la profundidad de sus tristezas. Camino y salto esos charcos, prefiero evitarlos, ya que la mía no es una sirena, lo que yo ando buscando no se parece ni un poco a una sirena, es más bella, más ella, más yo y todos. No obedezco a los otros caminantes, que apenas oigo y se pierden, caen hipnotizados en sus propios charcos. Oigo palabras como, rápido, corre, búscala, grita su nombre, ella vendrá por ti a buscarte… Las oigo pero no hago caso y continúo. La lluvia se intensifica, cae sobre mí como piedras rojas, como palabras pesadas que cubren los charcos y ahogan a las sirenas y vuelan con el viento y entran en mi boca y salen por mis narices y regresan a sus nubes, y soy solo un trapo mojado andante, corredor y saltador de obstáculos, como un perro loco,  un viejo ebrio y un auto que me traspasa el cuerpo, mi espectro. No soy yo, no parezco yo. Me miro las manos semitransparentes, miro detrás de mí a través de mi abdomen, veo el suelo que mis pies pisan. No soy yo definitivamente.

            Y dentro de esa epifanía, que en verdad no es repentina, porque no me sorprende en lo más mínimo. Dentro de todas las cosas que suceden de pronto en ese mundo que me ando creando a cada paso, cada casa, cada calle, cada perro flaco, cada anciano, cada nube o gota que cae en cierta parte de mi cuerpo que yo quiero que se moje. Dentro del absoluto silencio que envuelve cada instante, a cada personaje o a esa gota que choca contra el suelo. Dentro de cada paso, cada pisada, cada decisión que significa seguir avanzando, continuar con una travesía o aventura -llámala como quieras-. Dentro de ese vacío que siento por estar buscándote, el que me abraza y me dice, me susurra como viento marino, como canto de sirenas. Maga, cuántos pasos hacen falta, cuantas veces tengo que perderme en mis propias calles, dentro de cada casa, en cada habitación. Cuantas más gritarle a la Luna tu nombre, adorar al Sol por verte un segundo, jugar al póker con seres sin forma, perder y seguir perdiendo, solo por ti, porque así me lo pediste alguna vez, lo recuerdo ¿o no fue hacer eso? Ya que. Pero hago mil cosas, he hecho mil más y aún sigo sin rumbo, con el rumbo errado, como dice el Salmón. Dentro de todo, Maga, ya no me haces más falta, o si, o no. Dentro de todo, te extraño mares todas las tardes que me quedo dormido y me construyo un mundo nuevo, con seres, juegos, caminos y momentos nuevos.