En la mañana, los rayos del sol rebotan en las canteras de sillar asentadas en las afueras de la ciudad de Arequipa. Todo es deslumbrante aquí, el blanco hace daño a los ojos. Los canteros tallan la roca sólida, tufo volcánico congelado tras las explosiones de los volcanes Chachani y Misti, se protegen de ella con lentes oscuros y sombreros. De lo contrario no podrían continuar su labor en estos farallones similares a edificios de cuatro pisos. Los artesanos los trepan con cuerdas. Desde la cima pican con combo y cincel. Lo pueden hacer durante tres días, tiempo que demora en caer un gran trozo de sillar que es cortado en bloques más pequeños, como si fuesen inmensos adoquines de hielo que pesan 36 kilos. Con esos adoquines, desde la época de la Colonia, se levantaron los principales edificios de esta ciudad sureña: la catedral, iglesias y conventos de las órdenes religiosas y viejas casonas. La colección es notable en el centro histórico de la ciudad. Hay registradas 600 casonas.
Además hay otras 1.800 registradas en la zona periférica de la ciudad, en los distritos de Cayma, Yanahuara, Miraflores, Sachaca o Characato.
“El municipio prefiere dejar que sus dueños las derrumben”, dice molesto el arquitecto Luis Maldonado, quien exige la conservación de estos inmuebles, marca registrada de la arquitectura mistiana.
El último ejemplo: una casona en la avenida Parra fue derribada para construir una universidad.
\”Arequipa no hubiese existido sin el sillar\”, sostiene el director del Museo de Arte Contemporáneo, Eduardo Ugarte y Chocano. Cuando los españoles, en 1540, llegaron y fundaron la“Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunta”, nombre originario de Arequipa, optaron por construcciones de barro y techos a doble agua rematados con tejas de arcilla. Sin embargo, esas viviendas endebles no soportaron los terremotos que golpean estas tierras en forma periódica. En aquella época, y ante la bravura de la naturaleza, los españoles apostaban por la reubicación de ciudades. Pero Arequipa no pasó por ello. No lo hicieron porque descubrieron a tiempo el sillar y confiaron en su resistencia.
El arquitecto Gonzalo Olivares Rey de Castro precisa que la primera evidencia del uso del sillar es del 12 de enero de 1565. En esa fecha se ordenó la construcción de dos columnas de piedra blanca (sillar) en las nuevas cervecerías de la ciudad. Es decir, a pocos años después de su fundación.
¿Cómo se hizo al sillar resistente a los terremotos? Por lo menos debieron pasar tres siglos para perfeccionar la técnica. El historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz señala que se optó por levantar paredes hasta de metro y medio, los sillares eran amalgamados con cal. Reforzaron los techos abovedados hasta con rieles de los trenes.
La vida con el sillar
Algunos canteros se internan quince días en estas minas blancas. Otros viven cerca, se movilizan en motos. Para llegar hasta acá hay que pasar por un camino duro. Se trata de una trocha afirmada por los grandes camiones que transportan el sillar. Paradojas de la vida, este material de construcción clásico solo se utiliza en reconstrucciones de edificios históricos, muy antiguas, o en los nuevos asentamientos humanos que han ensanchado el vientre de la ciudad. Esencialmente, se trata de invasiones, que empiezan con la toma de terrenos encabezada por traficantes.
Los canteros hacen una \”tarea\” (200 sillares) para ganar 900 soles en 20 días. Y su venta es mínima. “Antes vendíamos 2 o 3 tareas diarias. Si tenemos suerte vendemos una tarea en cinco días”, cuenta David Butrón, proveniente de una familia de canteros. Por ello, para subsistir, él también maneja un camión.
La mina inagotable de sillar se ubica en Añashuayco, a hora y media de la ciudad. Hasta hace dos décadas, allí trabajaban 150 artesanos.
Hoy no llegan ni a veinte. Prudencio Idme, de 77 años, es uno de ellos. Empezó a labrar la roca a los 16 años. Hace poco fue operado por hernias que le salieron en el estómago por cargar mucho peso. Estuvo en cama cuatro meses, sin llevar alimento a su familia, pero volvió. “Si no trabajo, me muero”, dice. Pero no hace ni 6 sillares por día. Los canteros viven olvidados. Sin ellos la arquitectura de Arequipa no hubiese tenido reconocimiento mundial. Hace 18 años, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y Cultura (Unesco) la declaró patrimonio cultural de la humanidad.
“Están olvidados”, reclama por los canteros el documentalista José Antonio Portugal. En 2014, el Ministerio de Cultura declaró este oficio como Patrimonio Cultural de la Nación, título decorativo que no protege a estos artesanos. Carecen de seguro y laboran sin ninguna medida de seguridad. Muchos mueren en el intento de destajar los bloques de la roca.
¿De qué nos sirve ser patrimonio?”, reclama Guillermo León, de 78 años. Él labora hace 62 años con el sillar y solo ha tenido problemas.
A unos metros de su centro de labor se puede ver el un caudal de agua contaminada que viene de las fábricas de un parque industrial. Los desagües se lanzan en forma clandestina hace más de 20 años.
Esta agua verde y fétida que corre en forma de riachuelo ha formado tres lagunas en la parte baja de la cantera. Y ya llegó hasta un manantial en el distrito agrícola de Uchumayo.
Los artesanos de la piedra corren el riesgo de enfermarse por esta contaminación.
Sin protección
El historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz cuenta que el último \”engaño\” que sufrieron los trabajadores de la cantera ocurrió hace tres años. En Añashuayco, el Gobierno Regional y el municipio plantearon la ruta del Sillar. Los hicieron trabajar moldeando tallados que sirvieron para un evento internacional. Hace dos meses ese complejo turístico fue arrasado por un huaico.
Históricamente siempre llevaron la peor parte. Los explotaron también los españoles. Sin vehículos en esa época, el trabajo era muy fatigoso. Trasladaban los sillares en burros. Pese a esa esforzada labor tenían grandes dotes artísticas. En las emblemáticas construcciones de sillar predomina el Barroco Mestizo, mezcla del arte occidental con adornos complicados y el arte nativo. Los artesanos indios dibujaron flores serranas en los muros y portales de las casas e iglesias. Ellos oficiaron de alquimistas.
La cantera no es la única golpeada. También las construcciones con este material. Carpio Muñoz recuerda que las antiguas casonas estaban pintadas de colores andinos: rojo, marrón, gris, verde y azul. Para él, la iniciativa del alcalde René Forga Sanmarti (1979-1980) fue catastrófica. Este ordenó descascarar todas las construcciones para convertirlas en caravistas (ladrillos que se colocan sin recubrimiento) que dejaran traslucir el blanco del sillar. El problema es que esa decisión dejó expuesto el material a una serie de amenazas. Hoy uno de sus peligros es la contaminación. El humo de los vehículos ha comenzado a teñir de gris conventos e iglesias. Además está la humedad que carcome la roca hasta volverla polvo. Arequipa sigue siendo, para muchos, la Ciudad Blanca, gracias al sillar. Pero cada vez se vulnera más este venerable recurso histórico.